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Hay encuentros que nos sacuden por dentro y no se olvidan. No desde el ruido, sino desde la verdad. Palabras que se cuelan en el alma y despiertan algo dormido. Así fue el encuentro que nos regaló Mario San Miguel en El Club de la Buena Muerte: un espacio para hablar de lo que callamos, para mirar la muerte sin máscaras y, en el proceso, recordar cómo se vive.
Desde que Mario tomó la palabra, algo cambió en el aire. No llegó con solemnidad, sino con una alegría serena, con esa mezcla de sabiduría, humor y ternura que sólo tiene quien ha hecho las paces con la vida… y con la muerte. “Morir no duele”, dijo con una sonrisa. “Lo que duele es no haber vivido lo suficiente, no haber amado lo bastante, no haber dicho lo que urgía decir.” Y entonces, todos supimos que no estábamos ahí solo para hablar de morir, sino para aprender a vivir mejor.
Nos recordó algo que pocos se atreven a decir: «La muerte siempre pierde ante la vida.» Porque, aunque camina con nosotros, aunque la llevamos a cuestas, ella solo conoce nuestra forma, pero no nuestra luz eterna. No puede apagar lo que fuimos ni lo que dimos. La muerte puede cerrar los ojos, pero jamás los recuerdos. Puede detener el cuerpo, pero nunca el amor.
Con humor, profundidad y una sensibilidad exquisita, Mario nos llevó por un viaje interior. Nos habló del desapego, de la rendición, de la belleza que hay en los finales si los abrazamos sin miedo. Nos recordó que la muerte no es enemiga, sino maestra. Y que quizás el verdadero duelo no es por quienes se van, sino por todo lo que no nos permitimos ser mientras estábamos aquí.
Hubo silencio, lágrimas, risas inesperadas. Personas que al principio evitaban mirar al otro a los ojos, acabaron tomándose de las manos. Porque cuando alguien como Mario pone palabras a lo innombrable, ocurre algo poderoso: nos humanizamos.
El Club de la Buena Muerte nace para esto. Para permitirnos sentir, hablar, llorar, reír… sin miedo. Para decir lo que duele y también lo que libera. Para romper con la incomodidad, para abrir conversaciones urgentes, para mirar de frente la certeza más grande que tenemos. Para mirar a la muerte a los ojos y decirle: «Aquí estamos, vivos. Y eso ya es una victoria.»
Y Mario, con su luz, le dio sentido a todo lo que estamos construyendo.
Nos quedamos con una frase suya que resonará mucho tiempo: “El miedo a la muerte, nos aleja de la vida.”
Gracias, Mario, por recordarnos que hablar de la muerte es, en el fondo, un acto de amor por la vida. Gracias por recordarnos que la muerte no es un final, sino una transformación. Y que mientras estemos aquí, lo único verdaderamente urgente… es vivir.
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